El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!




domingo, 24 de febrero de 2019

So long, Mr. Donen

Celuloide a las 5 en punto quiere sumarse con este artículo a los homenajes que el mundo de la cultura internacional rinde al gran Stanley Donen tras su fallecimiento. Aunque estadounidense, Donen está muy ligado a la cinematografía británica, ya que algunas de sus mejores películas, como IndiscretaPágina en blancoVolverás a mí o Arabesco, fueron rodadas en el Reino Unido.

So long, Mr. Donen  



Querido Mr. Donen (Stanley, para los amigos):

No sé si se trata de una charada o un arabesco de esos que tan bien sabías entretejer, pero dicen los medios de comunicación que has dejado de existir a la increíble edad de 94 años. Y yo que pensaba que tenías muchos menos, exactamente la misma edad que tienen tus eternas películas, las que hiciste en el viejo y querido Hollywood. Te has ido sin que te pudiera dar las gracias por todo lo que nos has dado, y ahora estarás tan ricamente en ese paraíso en tecnicolor, donde siempre hace buen tiempo, al que tu compañero de danzas y andanzas Gene Kelly ya se marchó hace bastantes años. Te habrás ido físicamente de este planeta, pero no has dejado una página en blanco en nuestra vida.
Muy al contrario, la has pintado de color, baile e ilusión a partes iguales. El amor es mejor que nunca gracias a tus películas y lo sentimos profundamente en nuestro corazón, tanto que hasta podríamos estar un buen rato cantando bajo la lluvia. Dicen que naciste en Carolina del Sur, pero yo siempre te he considerado tan europeo como cualquiera de nosotros, y los escenarios londinenses o parisinos de tus películas me parecen el trasfondo vital que realmente mereces. ¿No dicen que nacemos en un sitio y vamos naciendo en otros, más parecidos a lo que somos, a lo largo de nuestra vida?



Alcanzaste la cumbre de la comedia sofisticada con Audrey y Cary, a quienes hiciste repeler cerillas encendidas, ducharse vestidos y pasearse muy acaramelados en bateau mouche al compás de aquellos acordes tan pegadizos del también querido Henry Mancini. ¿Y qué me dices de Ingrid y Cary en Indiscreta, el delicioso romance entre la actriz de teatro y el alto funcionario de la OTAN que finge estar casado para complicar el argumento? ¿Alguna vez ha parecido Londres más chic que en aquella comedia teatral de 1958 donde el impecable Cary Grant se marcaba una jiga escocesa con su desparpajo habitual?





Por no hablar de Cary y Deborah Kerr en Página en blanco, la maravillosa sátira matrimonial con la que nos deleitaste en 1960. Y tuyo es el mérito de haber conseguido que a Yul Brynner le luciera el pelo como estupendo intérprete de comedia sesentera en dos títulos inolvidables: Volverás a mí (ayudado por la simpar Kay Kendall) y Una rubia para un gángster. Por otra parte, hay que reconocer que el Swinging London nunca tuvo mejor banda sonora que cuando Gregory Peck se reunió para la posteridad con Sophia Loren en Arabesco, allá por 1966. ¡Menudo cóctel irresistible preparaste con tu amigo Mancini!




Y es que, querido Stanley, no sabes lo bien que se está viendo tus películas, la felicidad que nos produce habitar durante unas horas en esos decorados de musical, comedia o suspense que construiste en estado de gracia. La granja de los siete hermanos que buscaban siete novias para arrullarlas con acarameladas canciones durante el crudo invierno parece nuestra propia casa. Y ese París de los existencialistas que inmortalizaste con tanto cariño en Una cara con ángel nos resulta tan familiar como si hubiésemos vivido en él. Hasta pasamos contigo un día en Nueva York sin necesidad de cruzar el Atlántico. ¡Qué buenos recuerdos nos has dejado a tu paso por este planeta!




Lo malo es cuando se termina la proyección, y hay que volver a la realidad, esa realidad que nos ha revelado sin preguntarlo tu verdadera edad, la que no queríamos saber los que te apreciamos de verdad, porque no refleja lo que eres y siempre has sido: un buen amigo de los soñadores de cualquier nacionalidad.


P.D.: Ahora que estás otra vez junto a Audrey, Deborah e Ingrid, bésalas por mí. Y da un abrazo muy fuerte a Gene, Fred y Cary. Seguro que ya estáis preparando vuestra próxima producción allá arriba. Tenéis los decorados perfectos y una coreografía angelical. Pero que no se entere la MGM, que ya sabes que afirmaba tener más estrellas que en el cielo…
Hasta siempre, Stanley.