El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!




viernes, 27 de octubre de 2017

Spring in Park Lane (Sucedió en Park Lane, 1948)

This way, please

La primavera en Park Lane, vista desde el prisma del cine británico made in 1948, no puede ser más optimista. Para empezar, tenemos a un apuesto criado llamado Richard que sabe tocar el piano, es capaz de distinguir perfectamente una composición de música clásica de otra, entiende de pintura, habla francés con fluidez y pronuncia un inglés impecable. Por si esto fuera poco, también tiene su punto de insolencia. Luego está Judy, la atractiva secretaria-sobrina del propietario de la mansión, quien, tras un encontronazo inicial con el lacayo respondón, se sorprende a sí misma interesándose cada vez más por él.




Para complicar las cosas, también hay un enredo a cuenta de una pintura original que acaba resultando una falsificación, un aristócrata en paradero desconocido y dos pretendientes a cual más pesado: un vanidoso actor de cine y un aburrido marqués de alta alcurnia. ¿Pero es Richard realmente lo que dice ser? ¿Por qué le trata con tanto respeto Perkins, el estirado mayordomo de la casa? ¿Dónde ha adquirido esos modales de clase alta?


Estas son las bases argumentales de Spring in Park Lane (1948), tercero de los títulos rodados por la pareja cinematográfica integrada por Anna Neagle y Michael Wilding, y probablemente el más logrado de todos. Y es que Spring in Park Lane, basada parcialmente en una historia de Alice Duer Miller, reúne todos los ingredientes que caracterizaban a la comedia inglesa musical de la época, como coloridos escenarios de la alta sociedad londinense, una trama jovial de románticos malentendidos, personajes entrañables y pegadizas canciones a cargo del compositor Robert Farnon, como Early one morning y The moment I saw you.


Los diálogos y situaciones que protagonizan Judy y Richard brillan por su simpatía, al igual que las actuaciones de secundarios como Tom Walls en el papel del tío Joshua Howard, comerciante de diamantes y dueño de la opulenta casa de Park Lane donde se desarrolla la acción. Tampoco falta en el alegre conjunto una cuidada coreografía, diseñada por Philip y Betty Buchel, que incluye una escena de baile de inspiración onírica y un enérgico número de jitterbug.


No resulta difícil entender por qué, para el público inglés de la postguerra, películas como Spring in Park Lane, dirigida y producida por Herbert Wilcox, fueron como un bálsamo de entusiasmo que recreaba un mundo de gentes guapas y adineradas, vestidas con la elegancia propia de una Inglaterra casi hollywoodiense, que jugaban a flirtear y enamorarse entre lujosas galerías de cuadros e invernaderos privados. El éxito de este film dio origen a una nueva entrega, Maytime in Mayfair, rodada al año siguiente por el mismo equipo, aunque esta vez en deslumbrante tecnicolor.     

Anécdotas a las 5 en punto

A pesar de su título, y con el fin de que el estreno coincidiera con la llegada de la primavera, gran parte de las escenas de la película se rodaron durante el mes de noviembre en los estudios MGM de Elstree.



Humor a las 5 en punto

-¿Sabes que hay un cisne en alguna parte que, cada vez que quiere cenar, toca una campana?
-Sí, lo he visto con mis propios ojos.
-Y en cierta ocasión conocí a un cisne que solía entrar en casa a pedir un whisky con soda utilizando el teléfono de servicio.
-Eso también me lo sé.
-¿Pero a que no sabes lo del cisne que acudió a ver el ballet de Chaikovski y lo demandó por tergiversación?

viernes, 7 de julio de 2017

I was Monty’s Double (Yo fui el doble de Montgomery, 1958)



This way, please

¿Qué puede haber más emocionante para un actor que el hecho de que le ofrezcan interpretar el papel más importante de toda su carrera… aunque ello le suponga poner en peligro su vida?

Pues esto es precisamente lo que le ocurrió a Meyrick Edward Clifton James (1898-1963), un tranquilo oficial australiano del departamento de pagaduría del ejército británico, además de discreto actor teatral, que se hizo pasar por el doble del mariscal Bernard Montgomery en las semanas previas al Desembarco de Normandía. Y por si semejante experiencia le hubiera sabido a poco, la repitió para la posteridad en la apasionante película a la que dedicamos estas líneas, donde se interpreta a sí mismo.


Clifton James, artífice y protagonista de la historia


Yo fui el doble de Montgomery (I was Monty’s Double), realizada por John Guillermin en 1958, adapta a la pantalla el libro autobiográfico homónimo escrito por Clifton James, y lo hace con gran convicción no solo gracias a la presencia del propio protagonista de los hechos históricos narrados en la película, sino también a la inclusión de un sólido reparto encabezado por John Mills y Cecil Parker. La anécdota da comienzo cuando el mayor Harvey, al que encarna el siempre excelente Mills, acude a un music hall londinense siguiendo el rastro de la antigua secretaria de su jefe, con la que parecía haber estado en muy buenos términos antes de embarcarse para su última misión. Por desgracia para los planes de Mills, la chica está acompañada por un oficial y luce un flamante anillo de boda en el dedo. Pero la noche no está del todo perdida, ya que, en aquel momento, aparece sobre el escenario una figura de enorme popularidad para los ciudadanos británicos, o al menos eso creen todos los presentes. No, no se trata del verdadero mariscal Montgomery, el Héroe del Alamein, sino de un actor que guarda una increíble semejanza con él. A partir de entonces, se pone en marcha la Operación Hambone (Hueso de Jamón, así bautizada por la nueva secretaria del coronel, interpretado por un impagable Cecil Parker), un plan para hacer creer a los alemanes que la inminente invasión aliada se producirá en el Norte de África, y no en las playas de Normandía.




Bajo el pretexto de rodar una película documental para el ejército, Harvey logra que James obtenga un permiso de una semana para someterse a unas pruebas de fotogenia. El objetivo es muy distinto: acercar al aún receloso comediante al hombre que va a convertirse en el objeto de su imitación, durante la celebración de unas maniobras militares, a fin de que aquél se vaya familiarizando con sus maneras. La sinceridad de Clifton James es conmovedora, ya que, como él mismo reconoce, imitar la voz y los gestos de Monty es solo cuestión de días de ensayo, pero lo más difícil es conseguir emular su personalidad, el carisma de alguien capaz de despertar la admiración en quienes le escuchan, el porte de un hombre habituado a mandar con confianza. Nada parece convencer al descorazonado intérprete de su capacidad para salir airoso de la situación hasta que el mayor Harvey le concierta una entrevista personal con el mismísimo Montgomery, el único que puede juzgar si de verdad está a la altura del personaje.




Este encuentro entre imitador e imitado resulta determinante para la acción del film. El telón se alza así para Clifton James, el hombre que jugó a ser el doble de Montgomery en el frente mediterráneo durante la primavera de 1944, mientras que la puesta en escena sobre un guion de Bryan Forbes corre a cargo de John Guillermin, un hábil director que en la década posterior firmaría otros títulos emblemáticos del cine bélico como Cañones en Batasi, Las águilas azules o El puente de Remagen. La Operation Hambone (o Copperhead, como se denominó realmente) está servida con todos sus ingredientes cinematográficos para esta entretenida cinta de espionaje británica salpicada con generosas dosis de humor.


Música a las 5 en punto

La banda sonora de I was Monty’s Double fue compuesta en 1958 por el veterano John Addison, de la que se puede escuchar un extracto en el siguiente enlace: 






            

sábado, 27 de mayo de 2017

Gentleman Moore


Se llamaba Moore, Sir Roger Moore, tenía 89 años y durante varias décadas encandiló a los telespectadores y cinéfilos de todo el mundo con su simpatía y encanto de British gentleman. Porque eso es lo que principalmente fue, y lo que la pantalla que todo lo ve recogía cuando le filmaba en Panavisión y Technicolor. Si bien es cierto que Roger Moore no fue un intérprete de amplios registros (ni jamás lo pretendió), siempre demostró una pasmosa facilidad para la autoparodia que le redimía de posibles críticas. Con su maravilloso sentido del humor, solía bromear diciendo que tenía dos posturas interpretativas: con ceja arqueada y sin ella.


 Retrato de Roger Moore, 1973, cortesía de Allan Warren


Esa predisposición al humor le vendría de perlas para preparar su versión del agente 007, convirtiéndose en el James Bond más afable, divertido y menos agresivo de cuantos actores lo interpretaron. También se dijo de él que le faltaba forma física. Y es que Moore tuvo que aguantar numerosas bromas respecto a su edad tras su elección para encarnar al más popular agente secreto británico con licencia para matar (tenía 46 años cuando realizó su primera aportación a la serie Bond con Vive y deja morir en 1973) y las chanzas no dejaron de rodearle durante el rodaje de la última, Panorama para matar, en 1985, fecha en que aparecieron ciertas caricaturas en algunos periódicos ingleses donde se le representaba como un anciano decrépito (en una de las viñetas, Q le enseñaba su último artilugio: “una silla de ruedas con turbo-propulsión”). Pero Moore era un gentleman to the core, y como tal, no solo no se enfadaba ante semejante despliegue de humor gráfico a su costa, sino que les supo seguir el juego con envidiable savoir faire.

Roger George Moore vino al mundo un 14 de octubre de 1927 en Stockwell, Londres. El propio actor describe irónicamente dicho momento en su espléndida autobiografía, titulada My Word is my bond:

Fui hijo único. Como veis, mis padres alcanzaron la perfección a la primera”.

No sería este el único libro que escribiría el actor, ya que en 1973 se había publicado Roger Moore's James Bond Diary, un curioso diario sobre el atribulado rodaje de Vive y deja morir, al que se sumarían otras 2 obras en décadas posteriores, Last man standing: Tales from Tinseltown y Bond on Bond: The Ultimate Book on Over 50 Years of 007, este último escrito en colaboración con Gareth Owen, donde Moore comenta con su hilarante estilo la saga bondiana al completo.

El joven Roger debutó en Hollywood en un papel de galán junto a dos grandes estrellas de la Metro, Elizabeth Taylor y Van Johnson, en La última vez que vi París (1954). Había firmado un contrato de 5 años con la mítica productora, pero éste no cristalizó en un futuro brillante para el actor, que solo aparecería en papeles discretos en títulos como El ladrón del rey (The King’s Thief, 1955), Melodía ininterrumpida (Interrupted Melody, 1955) o Astucias de mujer (Diane, 1956). Poco después se convertiría en el oficial de la RAF que enamora a la doctora Angie Dickinson en el melodrama africano Misión en la jungla (The sins of Rachel Cade, 1961). También se le vio en dos series televisivas de formato western, The Alaskans y la celebérrima Maverick, donde encarnaba a Beau, el primo británico de Jim Maverick, entre finales de los 50 y primeros de los 60.

Anteriormente, había sido un Ivanhoe simpático, pero no demasiado convincente, para la pequeña pantalla entre 1958 y 1959. Incluso marchó a Italia para probar suerte con el peplum interpretando al mismísimo Rómulo, cofundador de Roma, en la coproducción europea El rapto de las sabinas (Romulus and the Sabines, 1961), pero la falda corta, las sandalias y los decorados históricos no resultaban lo más adecuado para un actor que se movía con mayor comodidad en ambientes contemporáneos.

La oferta de la ITV para interpretar la serie televisiva El Santo (The Saint) en 1962, basada en los libros de Leslie Charteris, le rescataría de su destierro romano y le daría la oportunidad dorada de crear uno de sus personajes más célebres: el legendario Simon Templar, elegante mezcla de ladrón de guante blanco y Robin Hood del siglo XX. Ni que decir tiene que los escenarios cosmopolitas recreados en los coloridos estudios Elstree le sentaban a la perfección y ya insinuaban las bases de su personaje de James Bond. La serie se mantendría en antena hasta 1969, con enorme éxito en todo el planeta.




En 1970, Moore aceptaría trabajar junto a Tony Curtis para interpretar una serie memorable, The Persuaders (Los persuasores), donde encarnaría brillantemente al aristócrata Lord Brett Sinclair. El contraste de estilos entre Moore y Curtis, uno criado en la refinada zona de Grosvernor Square y el otro en el Bronx, dictaría el tono de esta dinámica serie de ambiente internacional con música de John Barry que tan solo tuvo un año de existencia. En el apartado de vestuario, Roger Moore diseñaría su propia ropa para Los persuasores, lo que explica que luzca algunas de las camisas y corbatas más llamativas de la época.






Las siete películas que rodaría a lo largo de 12 años encarnando al agente secreto más famoso del mundo marcaron a toda una generación, la de quienes nacimos a finales de los 60 y principios de los 70, y que recordamos con nostalgia títulos como La espía que me amó (The spy who loved me, 1977), Solo para tus ojos (For your eyes only, 1980) o Moonraker (1979), sin olvidar El hombre de la pistola de oro (The man with the golden gun, 1974). Ya habíamos sucumbido al encanto del James Bond de Connery, y tampoco nos había defraudado tanto como apuntaban los críticos el australiano George Lazenby, quien realizó un trabajo nada desdeñable en Al servicio secreto de Su Majestad, pero el 007 de Moore era coetáneo nuestro, y tal vez por eso lo vivimos con algo más de cercanía. Convencido de que era imposible superar el precedente establecido por Sean Connery, Moore decidió enfocar su James Bond desde el lado más galante y humorístico, lo que en la lengua de Shakespeare se conoce como tongue in cheek. Con su perfecto Queen’s English, su atildado atuendo, sus refinados modales y una réplica siempre a tono con la situación, el actor londinense ofreció una entrañable caracterización del personaje creado por Ian Fleming, en la que las armas de las que servía no eran de fuego, sino un combinado infalible de elegancia, fino humor y seducción.


Fue el actor que sostuvo el cargo de 007 durante más tiempo, llegando a conocer profundamente a su personaje. No es de extrañar que el propio Moore afirmara al respecto: “Cuando interpretas durante tantos años un papel, sabes cómo va a reaccionar, lo que va a decir, lo que piensa”. El actor quiso abandonar el personaje tras rodar Octopussy en 1983 (tenía por entonces 56 años), pero los productores de la serie le convencieron para cerrar el ciclo con la ya citada A view to a kill, dos años después.








Fuera del territorio bondiano, Moore también intervino en películas de indudable interés, como la comedia That lucky touch (Un toque de suerte, 1975), rodada en Bruselas junto a Susannah York, con quien había coincidido en la anodina Oro (Gold), el thriller sofisticado Crossplot (1969), la estupenda TV movie Sherlock Holmes en Nueva York (1976), donde se enfrentaba a un Profesor Moriarty encarnado por John Huston, o la aventura bélica Evasión en Atenea (Escape to Athena, 1979), en la que encarnaba a un oficial alemán aficionado a la arqueología que demuestra una especial simpatía por los prisioneros aliados a su cargo, entre ellos el también arqueólogo David Niven. Completaban el reparto Elliot Gould, Telly Savalas y Stephanie Powers, mientras que los escenarios de la isla griega de Creta hacían las veces de la ficticia Atenea. Ese mismo año también disfrutó interpretando un personaje muy alejado de su registro afable y dandy, el excéntrico experto en submarinismo Rufus Excalibur ffolkes en Rescate en el mar del Norte (North Sea Hijack, 1979), acompañando a James Mason y Anthony Perkins en una aventura de acción por tierras (o mejor dicho, aguas) escocesas. En 1980 quiso subirse al barco de viejas glorias que el director Andrew V. McLaglen (con quien coincidió en otras 2 ocasiones) fletó bajo el título de Lobos marinos (The Sea Wolves), compartiendo cartel con su amigo David Niven, Trevor Howard y Gregory Peck, entre otros ilustres veteranos. Como auténtica rareza en su filmografía, ha quedado el thriller de suspense The man who haunted himself (Tinieblas, 1970), bajo la dirección de Basil Dearden, título que, en sus propias palabras, le proporcionó la primera ocasión de su carrera en la que se le permitía “actuar”.






Además de colaborar con la UNICEF como Embajador de Buena Voluntad desde 1991, experiencia que definiría como “la más gratificante de su vida”, Moore dedicaría sus inquietudes humanitarias a otros proyectos benéficos a lo largo de su carrera. La generosidad para los menos afortunados fue otra de las cualidades que definieron a este singular caballero británico, Sir Roger Moore, tercer 007 de la Historia del Cine, quien salvó al mundo en 7 ocasiones (estimable record para un hipocondríaco confeso) y nos enseñó el valor de un gesto irónico en un semblante impertérrito pero encantador. Cuesta trabajo creer que de verdad se ha ido para siempre, aunque ¿quién sabe? A lo mejor Sir Roger solo quería gastarnos una de sus bromas y le tenemos de vuelta antes de que nos demos cuenta para rodar su próxima escena junto a su amiga Lois Maxwell-Moneypenny. Impecablemente vestido de esmoquin, of course.






martes, 16 de mayo de 2017

The Million Pound Note (El millonario, 1954)


This way, please


Henry Adams podría ser cualquiera de nosotros. Se trata de alguien que, por razones del azar, se encuentra sin blanca, y además en una ciudad extranjera. Este norteamericano de buen aspecto y ropa raída, al que presta sus facciones impasibles Gregory Peck, se convierte en el objeto de una singular apuesta entre dos estrafalarios gentlemen londinenses que le invitan a entrar en su mansión. El motivo de la apuesta no es otro que decidir si un individuo honrado, inteligente y sin medios de vida aparentes es capaz de salir adelante durante un mes, hallándose únicamente en posesión de un insólito billete de banco por valor de 1 millón de libras esterlinas.






Así las cosas, Adams tendrá que valerse de todo su ingenio para convencer a comerciantes, hoteleros, sastres de Saville Row y propietarios de restaurantes de que “no dispone de billetes más pequeños”, al tiempo que se convierte de la noche a la mañana en la sensación de Londres, es tomado por un millonario excéntrico al que gusta vestir trajes trasnochados y pasa a erigirse en invitado de honor de las fiestas de la alta sociedad y en todo un referente para los especuladores de la Bolsa. Pero ahí no acaban sus peripecias. Al bueno de Henry incluso le queda tiempo para conocer a la joven aristócrata Portia Lansdowne (interpretada por Jane Griffiths, estupenda actriz de corta carrera nacida en Sussex en 1929), que se convertirá en la mujer de su vida.





Esta deliciosa sátira, basada en el relato corto de Mark Twain “El billete de un millón de libras”, publicado en 1893, supone la película número veintiuno de Gregory Peck y la primera de las dos que rodaría en Gran Bretaña en el año 1954 (la siguiente sería el drama bélico The Purple Plain). El ágil guion de Jill Craigie conserva los fundamentos del formidable cuento de Mark Twain y los enriquece para la ocasión añadiendo nuevas situaciones y personajes, como la duquesa de Cromarty-tía de Portia, el levantador de pesas Rock, que hace las veces de guardaespaldas del vagabundo millonario (interpretado por el simpático Reginald Beckwith) o el travieso duque de Frognal, al que encarna con estilo el característico A. E. Matthews.






¿Un préstamo que muchos aceptarían sin pensarlo? ¿Una misión imposible? A lo largo de hora y media, el director Ronald Neame, responsable de otra de las mejores comedias del cine británico, Un genio anda suelto (The Horse’s Mouth), nos lleva magistralmente de la mano en un divertido recorrido por las calles de Londres en el transcurso del cual se nos acelera el pulso cada vez que el billete de marras sale volando a causa de una ráfaga de viento o desaparece misteriosamente de su escondite en el hotel donde reside Henry Adams. Mark Twain no guardaba una opinión demasiado optimista de sus congéneres, que en El Millonario solo parecen actuar movidos por la promesa de una compensación económica y, ante la menor duda de su cumplimiento, retiran todo su apoyo al millonario desarrapado. No hay que olvidar que la película está ambientada “Once upon a time, when Britain was very rich (Erase una vez, cuando Gran Bretaña era muy rica)”, frase con la que da comienzo y que sirve como contrapunto irónico a su personaje central, alguien que ni es inglés ni posee un solo penique a su nombre. Afortunadamente, el escepticismo sobre la condición humana no afecta a todos los personajes de la función, ya que la fuerza del amor acaba triunfando tanto en el relato como en la película, compensando así los sinsabores de la codicia o del rechazo social. 
Al atractivo de este memorable film producido por John Bryan para The Rank Organization también contribuyen las entrañables composiciones de Wilfrid Hyde-White y Ronald Squire como los dos caballeros apostadores o la fotografía en Technicolor de Geoffrey Unsworth, así como la brillante partitura de William Alwyn, de la que ofrecemos un extracto más abajo.

   
Música a las 5 en punto

Dirigida por Muir Mathieson y compuesta por el genial William Alwyn, autor de bandas sonoras de películas tan conocidas como El temible burlón (The Crimson Pirate) y numerosas piezas de música clásica (entre ellas, la espléndida Lyra Angelica), este elegante vals sirve de alegre introducción a The Million Pound Note (titulada Man with a Million en EE.UU).






Humor a las 5 en punto


 “Amigo, no debería juzgar siempre a un desconocido por las ropas que lleva puestas. Puedo pagar sin problema el precio de este traje. Simplemente no deseaba causarle la molestia de tener que cambiar un billete tan grande”.


Mark Twain, The Million Pound Bank Note


domingo, 5 de marzo de 2017

Two-way stretch (La extraña prisión de Huntleigh, 1960)


This way, please

La extraña prisión de Huntleigh es tan extraña que no parece una cárcel. De hecho, la primera escena de esta película dirigida por Robert Day y distribuida por British Lion Films comienza con un repartidor de comestibles haciendo subir una cesta repleta de productos por una cuerda hasta una ventana de la prisión.
Estamos en la Inglaterra de los primeros años 60, y los ocupantes de la celda en cuestión son ni más ni menos que Peter Sellers (Dodger), Bernard Cribbins (Lennie) y David Lodge (Jelly), además de un felino. Estos tres reclusos viven como auténticos reyes, beben el mejor té negro de toda la cárcel y hasta leen las noticias de la Bolsa en el periódico. Y es que el director de la prisión, un hombre bondadoso aficionado a la jardinería (interpretado por el característico Maurice Denham), gestiona la institución penal como si fuera su propio jardín, tratando a los presos con dignidad y dándoles la oportunidad de florecer como seres humanos desempeñando diferentes oficios. Incluso hace la vista gorda cuando estos le sustraen sus puros cada vez que les convoca a su despacho para una de sus charlas habituales.





Lo que este buen hombre ignora es que Sellers y compañía están tejiendo un “hilo de dos direcciones” (Two-way stretch, el título original de la película) y, aunque le den coba por un lado, están planeando simultáneamente el robo perfecto. Un miembro de la banda disfrazado de sacerdote, Soapy Stevens (el Sopitas, en el doblaje castellano), al que encarna el elegante Wilfrid Hyde-White, es su conexión exterior y parte integrante de su coartada, ya que Dodger y su banda pretenden apoderarse de unos valiosos diamantes que van a ser transportados en un furgón y volver a la prisión antes de que les echen de menos.
Todo parece ir a la perfección hasta que le llega la hora de la jubilación al oficial de vigilantes, quien es sustituido por un viejo conocido de la banda, interpretado por el genial Lionel Jeffries. Si el antiguo oficial de reclusos merendaba con ellos en los términos más amistosos y les sacaba a pasear al gato, el sádico Crout (a quien apodan Sour, el Amargado) no les quita ojo de encima, les obliga a hacer ejercicios gimnásticos y, por si fuera poco, intenta volver a poner en vigor los trabajos forzosos. Afortunadamente, estamos en el terreno de la comedia británica, y el argumento tomará varios giros hilarantes antes de conducirnos a ese final que el lector puede descubrir viendo esta película recomendada para todos los amantes de la sonrisa.


Música a las 5 en punto

La estupenda banda sonora de Ken Jones, de la que ofrecemos un extracto a continuación, marca el tono desenfadado y gamberro de esta divertidísima comedia carcelaria.





viernes, 10 de febrero de 2017

Upstairs and Downstairs (Las pícaras doncellas, 1959)


This way, please

Los Barry (Richard y Kate, pareja interpretada por Michael Craig y Anne Heywood) son unos recién casados que no están dispuestos a dejar que la organización de la preciosa vivienda a la que se acaban de mudar en Londres les esclavice. Así pues, deciden contratar a una serie de sirvientes variopintos que, por unas u otras circunstancias, les harán vivir peripecias a cual más descacharrante. Esta producción de The Rank Organization, dirigida por Ralph Thomas en 1959, adapta fielmente la ingeniosa novela homónima de Ronald Scott Thorn (publicada por Pan Books, cuya colorida portada reproducimos en estas páginas) y ofrece una divertida visión de las vicisitudes de una pareja para encontrar al personal doméstico adecuado sin perecer en el intento.




Pero los Barry no están solos en su ardua tarea, sino que cuentan con la presencia de un suegro cascarrabias (encarnado, como no podía ser de otra forma, por el genial James Robertson Justice) que además es el jefe de su yerno, de un policía cockney (al que da vida el característico Sidney James, una especie de “Alfredo Landa a la inglesa”) que aprovecha sus rondas para mantener un romance con otra compañera del cuerpo, y de un joven músico norteamericano (Daniel Massey) que acaba haciendo de niñera de los futuros niños de la parejita.

La acción da comienzo en un idílico rincón del lago Maggiore, donde la pareja de tortolitos pasa su luna de miel. Lo que ambos ignoran es que, mientras tanto, se ha instalado en su hogar la italiana María (interpretada por Claudia Cardinale, en su primera película de habla inglesa) quien, aprovechando la ausencia de los propietarios, se cita con media flota de la marina británica. Esto da pie a la primera irrupción del policía del barrio, el citado Sidney James, en el domicilio de los Barry para pedirles explicaciones sobre las “actividades” que se estaban llevando a cabo en la vivienda. No será la única. Los sucesores en el puesto de la doncella italiana, si bien no reciben visitas de marineros en las dependencias de sus señores, tampoco le van a la zaga en picardía a la Cardinale.




En el caso de Rosemary (estupenda caracterización de Joan Hickson, la futura Miss Marple televisiva), se trata de una señora de mediana edad aparentemente cabal que, acompañada por un enorme perrazo de lanas, finge ir a visitar periódicamente a su hermana enferma para emborracharse en el pub más cercano. Todo va bien hasta que la buena de Rosemary debe servir la cena a unos invitados norteamericanos, ¡y en qué estado! Eso sin contar a Blodwen (Joan Sims), una peculiar galesa que, tras convencer al señor de la casa de que vaya a recogerla al pueblo donde reside, decide volverse atrás y rechazar la propuesta de trabajar en Londres a mitad del trayecto ferroviario (después de que Richard-Michael Craig se quede encerrado en un baño que solo se abre desde fuera).
Por su parte, los Farringdon, una pareja de ancianos jubilados que parecen ser la respuesta a las plegarias de los Barry, resultan ser en realidad unos atracadores que pretenden robar el banco vecino perforando la pared del sótano de la casa. Las cosas mejoran aparentemente al responder al anuncio Ingrid (interpretada con gran soltura por la francesa Mylène Demongeot), una rubia veinteañera escandinava que no tarda en hacer furor en el círculo de amigos de los Barry (principalmente entre los maridos “no comprendidos” por sus esposas). Para colmo, a Ingrid le hace tilín el señor Barry, aunque acepta la proposición de matrimonio que le brinda Wesley, el músico norteamericano. O eso cree este último…

“Upstairs and Downstairs (Arriba y abajo)”, pues tal es el título original de “Las pícaras doncellas”, es uno de los ejemplos representativos de la alta comedia británica de los años 50, una película de indudable atractivo que, gracias a sus diálogos chispeantes, a sus situaciones disparatadas, a la encantadora música de Philip Green y a los cálidos tonos Eastmancolor fotografiados por Ernest Steward, conquistará a quienes la visionen.

Betty Box, coproductora de la película, resume en las siguientes declaraciones el espíritu jovial que animaba aquellas maravillosas comedias:

Me gusta hacer reír a la gente. Creo que ya lloran lo suficiente en su vida diaria. Además, al hacer comedia, los resultados son más tangibles. Puedes escuchar las risas del público si has tenido éxito”.


Escenarios de la función

Upstairs and Downstairs se rodó en el Londres de 1959, que aparece retratado con todo su encanto en esta instantánea de la época. Los interiores de la película fueron recreados en los inevitables estudios Pinewood, situados en Iver Heath. 


Pembridge Villas by Ben Brooksbank



Humor a las 5 en punto

Habíamos decidido, sabiamente o no, proteger la tierna planta del juvenil matrimonio de las catástrofes de la cocina experimental, del aburrimiento de la escoba y de las agonías del fregadero y el escurridor”.
Upstairs and Downstairs, Ronald Scott Thorn, traducción de Ricardo José Gómez Tovar.

lunes, 30 de enero de 2017

Cellulloid at Five O’Clock

Classic British cinema is one of the Isle of Albion’s greatest legacies. From the early 1930s until the late 1960s, some of the best films of all time were made under Great Britain’s overcast skies, as well as many other little endearing films that, while not considered actual masterpieces by the critics, managed to cast a magic spell over both theatre screens and TV sets. The aim and desire of this cultural blog is to pay homage to those wonderful motion pictures produced by London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, to name only a few of those fabled film studios, and thus relive the emotion and excitement brought to us by such magnificent players as Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall or Kenneth More. All of these, and a lot more, will be making guest appearances on our blog to the musical accompaniment provided by the likes of Georges Auric, Richard Addinsell or William Walton. The kettle is boiling now. Lights are being dimmed just as the film projector takes a turn down memory lane. It’s time for a brief encounter with good old time British cinema. Cellulloid at Five O’Clock. Of course!




sábado, 28 de enero de 2017

Those magnificent men in their flying machines (Aquellos chalados en sus locos cacharros, 1965)


This way, please

1965 fue un gran año para las películas de carreras en los más originales medios de locomoción. Si la Warner Bros se encargó de producir con amplio derroche de recursos La carrera del siglo (The Great Race), legendaria cinta de Blake Edwards en la que Tony Curtis y Jack Lemmon competían en sus respectivos bólidos por trasladarse desde Nueva York hasta París, Aquellos chalados en sus locos cacharros, producida por la Twentieth Century Fox, hacía lo propio en el elemento aéreo, pero recorriendo una distancia lógicamente más corta, desde Londres hasta la capital gala.

Como rezaba el subtítulo de la película, Cómo volé de Londres a París en 25 horas y 11 minutos, la historia da comienzo en 1910 cuando Lord Rawnsley (encarnado por el impagable Robert Morley) decide patrocinar un insólito evento deportivo desde las páginas de su periódico, The Daily Post. El suculento premio que espera al ganador (10.000 libras esterlinas) agudiza la imaginación de los entusiastas de la aviación de todo el mundo, quienes acuden a participar en la carrera montados en monoplanos, biplanos, triplanos, aeroplanos que circulan hacia atrás y otros inclasificables aparatos voladores. Incluso hay un aviador (británico, claro está) que se empeña en emprender tan arriesgado vuelo acompañado por su perro.



Tal es el punto de partida de esta divertidísima película dirigida por Ken Annakin, y cuyos fotogramas en sistema Todd-AO ofrecen un desfile simultáneo de estrellas del firmamento cinematográfico internacional y singulares artilugios voladores. Abundan los clichés nacionales en la descripción de los diferentes participantes de la competición, así como el tono de caricatura con que son escenificadas las andanzas de los pioneros de la aviación. El equipo norteamericano lo preside Stuart Whitman (Orvil Newton), un campechano vaquero de Arizona por quien pronto se sentirá atraída la hija del patrocinador de la carrera, Patricia Rawnsley (encarnada por Sarah Miles, futura protagonista de La hija de Ryan), jovencita inconformista que monta en motocicleta a escondidas de su progenitor y anhela surcar el cielo en alguno de esos engendros volantes. A su vez, Patricia está prometida a Richard Hays (James Fox), flemático teniente de los Coldstream Guards (una especie de granaderos) que solo parece emocionarse cuando trabaja para mejorar el rendimiento de su cacharro volante y en cuyo tiempo libre apenas tiene cabida su aristocrática novia.

También hay un elegante conde italiano, Ponticelli, padre de familia numerosa, interpretado en su registro habitual por Alberto Sordi, y un casanova francés, Pierre Dubois (Jean-Pierre Cassel), que se va encontrando con la misma mujer a lo largo de toda la competición, solo que aquella ostenta cada vez un nombre distinto (Brigitte, Ingrid, Marlene, Françoise, Yvette y Betty, todas ellas interpretadas en tono descocado por Irina Demick). Peor parados quedan los competidores alemanes (encabezados por el característico Gert Fröbe, en el papel del coronel Manfred von Holstein), que con rígida disciplina prusiana se empeñan en aprender a volar siguiendo un manual. El toque exótico lo aporta el aviador japonés Yamamoto, que hace su aparición en un artilugio volante de color amarillo con figuras de fieros leones pintados en el fuselaje.


Foto: Nationaal Archief. Eric Koch/Anefo (copyright) 


Por supuesto, no podía faltar en la trama un villano empeñado en sabotear los vehículos de los demás integrantes de la carrera. De ello se encarga, con su proverbial carisma, el estupendo Terry Thomas, que da vida a Sir Percy Ware-Armitage secundado por su insolente mayordomo (Eric Sykes). En papeles secundarios destacan el británico Benny Hill como jefe de bomberos y, muy especialmente, el cómico estadounidense Red Skelton, que hace las veces de antecesor prehistórico de los modernos aeronautas en el prólogo de la película.
Los títulos de crédito a base de dibujos animados de Those magnificent men in their flying machines corrieron a cargo del genial Ronald Searle, lo que contribuyó a realzar el aspecto de cómic que asume el film. Asimismo, el guion original de Jack Davies fue objeto de una excelente novelización por parte de John Burke, editada en el Reino Unido por Pan Books.
El propio Annakin dirigiría una secuela titulada El rally de Montecarlo (Montecarlo or Bust) en 1969, que volvería a contar con los entrañables dibujos de Searle para la secuencia de los créditos. El protagonismo en esta ocasión recaería sobre Tony Curtis, que se apuntaba así a su segunda “carrera del siglo” de la década.


Escenarios de la función


Acantilados de Dover


Además de los interiores rodados en los estudios Pinewood, situados en Iver Heath, Buckinghamshire, en la película aparecen varios lugares del condado de Kent, como es el caso de Dover, así como la mansión histórica de Fulmer Hall (Slough), donde se recrearon los exteriores de la mansión de los Rawnsley.


Música a las 5 en punto

Extracto de la pegadiza banda sonora original de Aquellos chalados en sus locos cacharros, compuesta por Ron Goodwin.