El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!




martes, 1 de octubre de 2019

La americanización de Emily (The americanization of Emily, 1964)


Hay películas antibelicistas que no lo parecen a priori y que, en lugar de comunicar su mensaje pacifista de un modo que no admite concesiones a la sensibilidad del espectador, lo hacen de manera sumamente grata, en agradable clave de comedia, aunque no por ello menos efectiva. La americanización de Emily, película dirigida por Arthur Hiller en 1964, es uno de estos títulos. Se trata de una adaptación de la novela homónima de William Bradford Huie y está ambientada en el Londres de 1944, durante los días previos al Desembarco de Normandía.






El personaje protagonista de la película es Charlie Madison (magnífico James Garner, en un papel ofrecido inicialmente a William Holden), un pragmático dog-robber (robaperros, en español), como se denomina en jerga castrense a los ayudantes personales de militares de alto rango, que desempeña sus funciones a las órdenes del almirante Jessup (Melvyn Douglas) con la misma eficacia con que lo hacía en el hotel donde trabajaba en la vida civil. Y es que el robaperros Madison se encarga primorosamente de supervisar que tanto su almirante como los jerarcas de quienes se rodea estén agasajados permanentemente tanto en lo que respecta a comida y bebida como a compañía femenina. Es una faceta nada heroica ni distinguida del conflicto bélico, pero el bueno de Charlie-Garner, que se autodefine como “un cobarde practicante”, prefiere esta situación a combatir en las playas del Pacífico, infierno tropical del que le sacó su querido almirante. Así las cosas, entra en escena Emily Burnham (la siempre fantástica Julie Andrews, en un papel que le ajusta como un guante), una reservada conductora británica del parque automovilístico local quien, tras una negativa inicial, acaba cediendo a la invitación de Charlie para acudir a una fiesta privada “solo para cenar y jugar al bridge” con el anciano almirante Jessup. 




Ni que decir tiene que Emily y Charlie, siendo diametralmente opuestos en su manera de ver la vida, acabarán sintiéndose atraídos el uno por el otro. Emily es una viuda de guerra (apenas conoció a su marido, ya que éste fue movilizado 3 días después de la boda) que, tras haber dedicado un tiempo a servir como enfermera, prefiere hacer de chófer de los oficiales norteamericanos recién desembarcados en Hendon. Su aparente frialdad no es más que un caparazón para no sufrir más embates de esa guerra que también se ha cobrado las vidas de su padre, militar condecorado en la I Guerra Mundial, y de su hermano. Le repugna la acumulación de víveres que se amontona en la habitación de Charlie, a la que sus compañeros llaman “la tienda mejor surtida de la marina”, frente al duro racionamiento al que se ve sometida la población británica, y rechaza las chocolatinas que su amigo estadounidense le ofrece como obsequio. La joven está decidida a no dejarse “americanizar” bajo ningún concepto. Madison, por su parte, es alguien que vive la vida sin preocuparse del honor o la verdad, que no encuentra nada digno en la guerra, a quien le repele el heroísmo y que sostiene que “si hubiera más cobardes, no se llegaría a combatir nunca”.  

Sin embargo, la irónica intervención del destino hará que Charlie sea seleccionado para convertirse en el primer soldado (de la Marina) que pise la famosa Playa de Omaha, y lo hará obligado por un almirante cuyas neuronas acaban de sufrir un colapso y por su amigo, el teniente Paul Cummings (interpretado por un James Coburn convenientemente desmedido). Lo hará cámara en mano, como corresponsal de guerra, con resultados sorprendentes para quienes lo conocen de cerca y para ese espectador que le mira con simpática comprensión desde su butaca. Como el propio Madison afirma jocosamente en esta película que ironiza sobre el absurdo de los conflictos bélicos organizados entre seres humanos: “Paren la guerra. Quiero bajarme”.


Música a las 5 en punto

La banda sonora de La americanización de Emily corrió a cargo del extraordinario Johnny Mandel, quien compuso el tema principal “Emily”, con letra de Johnny Mercer, que nos deleita con unas armonías vocales típicas de la época y equiparables al mejor Henry Mancini.




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#Cineantibelicista