El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!
Hay
películas antibelicistas que no lo parecen a priori y que, en lugar de
comunicar su mensaje pacifista de un modo que no admite concesiones a la
sensibilidad del espectador, lo hacen de manera sumamente grata, en agradable
clave de comedia, aunque no por ello menos efectiva. La americanización de Emily, película dirigida por Arthur Hiller en
1964, es uno de estos títulos. Se trata de una adaptación de la novela homónima
de William Bradford Huie y está ambientada en el Londres de 1944, durante los
días previos al Desembarco de Normandía.
El
personaje protagonista de la película es Charlie Madison (magnífico James
Garner, en un papel ofrecido inicialmente a William Holden), un pragmático dog-robber (robaperros, en español), como se denomina en jerga castrense a los
ayudantes personales de militares de alto rango, que desempeña sus funciones a
las órdenes del almirante Jessup (Melvyn Douglas) con la misma eficacia con que
lo hacía en el hotel donde trabajaba en la vida civil. Y es que el robaperros Madison se encarga
primorosamente de supervisar que tanto su almirante como los jerarcas de
quienes se rodea estén agasajados permanentemente tanto en lo que respecta a
comida y bebida como a compañía femenina. Es una faceta nada heroica ni
distinguida del conflicto bélico, pero el bueno de Charlie-Garner, que se
autodefine como “un cobarde practicante”, prefiere esta situación a combatir en
las playas del Pacífico, infierno tropical del que le sacó su querido
almirante. Así las cosas, entra en escena Emily Burnham (la siempre fantástica Julie
Andrews, en un papel que le ajusta como un guante), una reservada conductora
británica del parque automovilístico local quien, tras una negativa inicial,
acaba cediendo a la invitación de Charlie para acudir a una fiesta privada
“solo para cenar y jugar al bridge” con el anciano almirante Jessup.
Ni que
decir tiene que Emily y Charlie, siendo diametralmente opuestos en su manera de
ver la vida, acabarán sintiéndose atraídos el uno por el otro. Emily es una
viuda de guerra (apenas conoció a su marido, ya que éste fue movilizado 3 días
después de la boda) que, tras haber dedicado un tiempo a servir como enfermera,
prefiere hacer de chófer de los oficiales norteamericanos recién desembarcados
en Hendon. Su aparente frialdad no es más que un caparazón para no sufrir más
embates de esa guerra que también se ha cobrado las vidas de su padre, militar
condecorado en la I Guerra Mundial, y de su hermano. Le repugna la acumulación
de víveres que se amontona en la habitación de Charlie, a la que sus compañeros
llaman “la tienda mejor surtida de la marina”, frente al duro racionamiento al
que se ve sometida la población británica, y rechaza las chocolatinas que su
amigo estadounidense le ofrece como obsequio. La joven está decidida a no
dejarse “americanizar” bajo ningún concepto. Madison, por su parte, es alguien
que vive la vida sin preocuparse del honor o la verdad, que no encuentra nada
digno en la guerra, a quien le repele el heroísmo y que sostiene que “si
hubiera más cobardes, no se llegaría a combatir nunca”.
Sin
embargo, la irónica intervención del destino hará que Charlie sea seleccionado
para convertirse en el primer soldado (de la Marina) que pise la famosa Playa
de Omaha, y lo hará obligado por un almirante cuyas neuronas acaban de sufrir
un colapso y por su amigo, el teniente Paul Cummings (interpretado por un James
Coburn convenientemente desmedido). Lo hará cámara en mano, como corresponsal
de guerra, con resultados sorprendentes para quienes lo conocen de cerca y para
ese espectador que le mira con simpática comprensión desde su butaca. Como el
propio Madison afirma jocosamente en esta película que ironiza sobre el
absurdo de los conflictos bélicos organizados entre seres humanos: “Paren la guerra. Quiero bajarme”.
Música a las 5 en punto
La banda
sonora de La americanización de Emily
corrió a cargo del extraordinario Johnny Mandel, quien compuso el tema
principal “Emily”, con letra de Johnny Mercer, que nos deleita con unas
armonías vocales típicas de la época y equiparables al mejor Henry Mancini.