El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!
martes, 16 de mayo de 2017
The Million Pound Note (El millonario, 1954)
This way, please
Henry
Adams podría ser cualquiera de nosotros. Se trata de alguien que, por razones
del azar, se encuentra sin blanca, y además en una ciudad extranjera. Este
norteamericano de buen aspecto y ropa raída, al que presta sus facciones impasibles
Gregory Peck, se convierte en el objeto de una singular apuesta entre dos estrafalarios
gentlemen londinenses que le invitan
a entrar en su mansión. El motivo de la apuesta no es otro que decidir si un
individuo honrado, inteligente y sin medios de vida aparentes es capaz de salir
adelante durante un mes, hallándose únicamente en posesión de un insólito billete
de banco por valor de 1 millón de libras esterlinas.
Así
las cosas, Adams tendrá que valerse de todo su ingenio para convencer a
comerciantes, hoteleros, sastres de Saville Row y propietarios de restaurantes
de que “no dispone de billetes más pequeños”, al tiempo que se convierte de la
noche a la mañana en la sensación de Londres, es tomado por un millonario
excéntrico al que gusta vestir trajes trasnochados y pasa a erigirse en invitado
de honor de las fiestas de la alta sociedad y en todo un referente para los
especuladores de la Bolsa. Pero ahí no acaban sus peripecias. Al bueno de Henry
incluso le queda tiempo para conocer a la joven aristócrata Portia Lansdowne (interpretada
por Jane Griffiths, estupenda actriz de corta carrera nacida en Sussex en 1929),
que se convertirá en la mujer de su vida.
Esta
deliciosa sátira, basada en el relato corto de Mark Twain “El billete de un
millón de libras”, publicado en 1893, supone la película número veintiuno de
Gregory Peck y la primera de las dos que rodaría en Gran Bretaña en el año 1954
(la siguiente sería el drama bélico The
Purple Plain). El ágil guion de Jill Craigie conserva los fundamentos del formidable
cuento de Mark Twain y los enriquece para la ocasión añadiendo nuevas
situaciones y personajes, como la duquesa de Cromarty-tía de Portia, el
levantador de pesas Rock, que hace las veces de guardaespaldas del vagabundo
millonario (interpretado por el simpático Reginald Beckwith) o el travieso
duque de Frognal, al que encarna con estilo el característico A. E. Matthews.
¿Un
préstamo que muchos aceptarían sin pensarlo? ¿Una misión imposible? A lo largo
de hora y media, el director Ronald Neame, responsable de otra de las mejores
comedias del cine británico, Un genio
anda suelto (The Horse’s Mouth), nos
lleva magistralmente de la mano en un divertido recorrido por las calles de
Londres en el transcurso del cual se nos acelera el pulso cada vez que el
billete de marras sale volando a causa de una ráfaga de viento o desaparece
misteriosamente de su escondite en el hotel donde reside Henry Adams. Mark
Twain no guardaba una opinión demasiado optimista de sus congéneres, que en El Millonario solo parecen actuar
movidos por la promesa de una compensación económica y, ante la menor duda de
su cumplimiento, retiran todo su apoyo al millonario desarrapado. No hay que
olvidar que la película está ambientada “Once
upon a time, when Britain was very rich (Erase una vez, cuando Gran Bretaña era muy rica)”, frase con la que
da comienzo y que sirve como contrapunto irónico a su personaje central,
alguien que ni es inglés ni posee un solo penique a su nombre. Afortunadamente,
el escepticismo sobre la condición humana no afecta a todos los personajes de
la función, ya que la fuerza del amor acaba triunfando tanto en el relato como
en la película, compensando así los sinsabores de la codicia o del rechazo
social.
Al
atractivo de este memorable film producido por John Bryan para The Rank Organization
también contribuyen las entrañables composiciones de Wilfrid Hyde-White y
Ronald Squire como los dos caballeros apostadores o la fotografía en
Technicolor de Geoffrey Unsworth, así como la brillante partitura de William
Alwyn, de la que ofrecemos un extracto más abajo.
Música
a las 5 en punto
Dirigida
por Muir Mathieson y compuesta por el genial William Alwyn, autor de bandas
sonoras de películas tan conocidas como El
temible burlón (The Crimson Pirate)
y numerosas piezas de música clásica (entre ellas, la espléndida Lyra Angelica), este elegante vals sirve
de alegre introducción a The Million
Pound Note (titulada Man with a
Million en EE.UU).
Humor
a las 5 en punto
“Amigo,
no debería juzgar siempre a un desconocido por las ropas que lleva puestas.
Puedo pagar sin problema el precio de este traje. Simplemente no deseaba
causarle la molestia de tener que cambiar un billete tan grande”.
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