Su nombre es Holly Martins, escribe novelas del oeste y ha llegado a Viena para encontrarse con su viejo amigo Harry Lime. Lo que parecía el inicio de una prometedora colaboración se queda en agua de borrajas, ya que el bueno de Harry no solo acaba de morir atropellado por un coche en extrañas circunstancias, sino que hay indicios de que era un verdadero canalla sin escrúpulos. Este es el punto de partida de “El tercer hombre (The Third Man, 1949)”, la gran obra maestra de Carol Reed, filmada a partir de la extraordinaria novela corta de Graham Greene, que también escribió el guion.
Joseph Cotten interpreta con su
sobriedad habitual al desencantado protagonista, el autor de westerns baratos
como “El jinete solitario de Santa Fe” que se encuentra solo y sin recursos en
la inquietante Viena de postguerra, ciudad dividida por aquel entonces en
cuatro sectores controlados por las fuerzas de ocupación aliada. Pero no es el
único desamparado en la antigua capital del vals. También hay una actriz de
comedias teatrales, Anna Schmidt (encarnada por la italiana Alida Valli), refugiada
checa y ex novia de su difunto amigo, por la que Martins empieza a sentir un interés
no correspondido. Después de todo, Anna es la única persona en aquella ciudad
medio derruida que también sintió algo especial por Harry Lime.
“Nunca llegué a conocer la alegre Viena de antes de la guerra con su
música de Strauss, su encanto y su mágico hechizo”.
Quien no siente nada en absoluto
por el fallecido, a no ser desprecio, es el mayor Calloway (Trevor Howard),
quien se ha empeñado en utilizar al recién llegado para tenderle una trampa a
Lime, a quien acusa de ser un extorsionista de primera, capaz de adulterar
medicamentos para obtener fines lucrativos. Para colmo de males, están los
“amigos de Harry”, una caterva de personajes a cual más siniestro que,
curiosamente, fueron todos testigos del fatal accidente. Por no olvidar al
portero del edificio que vio todo lo que ocurrió y le habla al escritor de un
“tercer hombre” que ayudó a trasladar el cuerpo sin vida de Lime. ¿A quién
creer en una situación semejante? ¿Tiene algún sentido seguir investigando o
tendrá razón Anna Schmidt cuando dice que “las personas no cambian porque uno
averigüe más cosas sobre ellas”?
Solo falta el malvado de la
función, el frío estraperlista del mercado negro que, tras fingir su propia
muerte, se pasea a lo largo de toda la película riéndose de la incredulidad y
torpeza de su viejo compañero de clase. Estamos hablando del propio Harry Lime,
al que da vida el genial Orson Welles, un cínico mayúsculo que vive encerrado
entre las ruinas del Sector Ruso de Viena para escapar a sus tenaces perseguidores
y justifica sus crímenes ante su descreído amigo valiéndose de metáforas con
relojes de cuco.
Como todas las obras de arte,
“El tercer hombre” ofrece un caudal inagotable al espectador que tiene el
privilegio de contemplar sus fotogramas. A unos les fascinará la magnífica
fotografía en blanco y negro, con inclinación de cámara añadida, que Carol Reed
emplea para retratar los claroscuros de una Viena en la que el azul del Danubio
se ha desteñido por los efectos devastadores de la guerra, mientras que otros
tararearán hipnóticamente la banda sonora de Anton Karas, en la que se hace un
uso atmosférico de la cítara. En cualquier caso, todos se verán
irresistiblemente atraídos hacia el magnetismo de este clásico del cine
británico rodado con mano maestra por Sir Carol Reed para London Films.
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