This way,
please
Los Barry (Richard y Kate, pareja interpretada por
Michael Craig y Anne Heywood) son unos recién casados que no están dispuestos a
dejar que la organización de la preciosa vivienda a la que se acaban de mudar
en Londres les esclavice. Así pues, deciden contratar a una serie de sirvientes
variopintos que, por unas u otras circunstancias, les harán vivir peripecias a
cual más descacharrante. Esta producción de The Rank Organization, dirigida por
Ralph Thomas en 1959, adapta fielmente la ingeniosa novela homónima de Ronald Scott
Thorn (publicada por Pan Books, cuya colorida portada reproducimos en estas
páginas) y ofrece una divertida visión de las vicisitudes de una pareja para
encontrar al personal doméstico adecuado sin perecer en el intento.
Pero los Barry no están solos en su ardua tarea,
sino que cuentan con la presencia de un suegro cascarrabias (encarnado, como no
podía ser de otra forma, por el genial James Robertson Justice) que además es
el jefe de su yerno, de un policía cockney (al que da vida el característico Sidney
James, una especie de “Alfredo Landa a la inglesa”) que aprovecha sus rondas
para mantener un romance con otra compañera del cuerpo, y de un joven músico
norteamericano (Daniel Massey) que acaba haciendo de niñera de los futuros
niños de la parejita.
La acción da comienzo en un idílico rincón del lago
Maggiore, donde la pareja de tortolitos pasa su luna de miel. Lo que ambos
ignoran es que, mientras tanto, se ha instalado en su hogar la italiana María (interpretada
por Claudia Cardinale, en su primera película de habla inglesa) quien,
aprovechando la ausencia de los propietarios, se cita con media flota de la
marina británica. Esto da pie a la primera irrupción del policía del barrio, el
citado Sidney James, en el domicilio de los Barry para pedirles explicaciones
sobre las “actividades” que se estaban llevando a cabo en la vivienda. No será
la única. Los sucesores en el puesto de la doncella italiana, si bien no
reciben visitas de marineros en las dependencias de sus señores, tampoco le van
a la zaga en picardía a la Cardinale.
En el caso de Rosemary (estupenda caracterización de
Joan Hickson, la futura Miss Marple televisiva), se trata de una señora de
mediana edad aparentemente cabal que, acompañada por un enorme perrazo de
lanas, finge ir a visitar periódicamente a su hermana enferma para
emborracharse en el pub más cercano. Todo va bien hasta que la buena de
Rosemary debe servir la cena a unos invitados norteamericanos, ¡y en qué
estado! Eso sin contar a Blodwen (Joan Sims), una peculiar galesa que, tras convencer
al señor de la casa de que vaya a recogerla al pueblo donde reside, decide volverse
atrás y rechazar la propuesta de trabajar en Londres a mitad del trayecto ferroviario
(después de que Richard-Michael Craig se quede encerrado en un baño que solo se
abre desde fuera).
Por su parte, los Farringdon, una pareja de ancianos
jubilados que parecen ser la respuesta a las plegarias de los Barry, resultan
ser en realidad unos atracadores que pretenden robar el banco vecino perforando
la pared del sótano de la casa. Las cosas mejoran aparentemente al responder al
anuncio Ingrid (interpretada con gran soltura por la francesa Mylène
Demongeot), una rubia veinteañera escandinava que no tarda en hacer furor en el
círculo de amigos de los Barry (principalmente entre los maridos “no
comprendidos” por sus esposas). Para colmo, a Ingrid le hace tilín el señor
Barry, aunque acepta la proposición de matrimonio que le brinda Wesley, el
músico norteamericano. O eso cree este último…
“Upstairs and Downstairs (Arriba y abajo)”, pues tal
es el título original de “Las pícaras doncellas”, es uno de los ejemplos
representativos de la alta comedia británica de los años 50, una película de
indudable atractivo que, gracias a sus diálogos chispeantes, a sus situaciones
disparatadas, a la encantadora música de Philip Green y a los cálidos tonos
Eastmancolor fotografiados por Ernest Steward, conquistará a quienes la
visionen.
Betty Box, coproductora de la película, resume en
las siguientes declaraciones el espíritu jovial que animaba aquellas
maravillosas comedias:
“Me
gusta hacer reír a la gente. Creo que ya lloran lo suficiente en su vida
diaria. Además, al hacer comedia, los resultados son más tangibles. Puedes
escuchar las risas del público si has tenido éxito”.
Escenarios de la función
Upstairs and Downstairs
se rodó en el Londres de 1959, que aparece retratado con todo su encanto en
esta instantánea de la época. Los interiores de la película fueron recreados en
los inevitables estudios
Pinewood, situados en Iver Heath.
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Humor
a las 5 en punto
“Habíamos
decidido, sabiamente o no, proteger la tierna planta del juvenil matrimonio de
las catástrofes de la cocina experimental, del aburrimiento de la escoba y de
las agonías del fregadero y el escurridor”.
Upstairs and Downstairs, Ronald Scott Thorn, traducción de Ricardo José Gómez
Tovar.
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