El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!
sábado, 28 de enero de 2017
Those magnificent men in their flying machines (Aquellos chalados en sus locos cacharros, 1965)
This way,
please
1965 fue un gran año para las películas de carreras
en los más originales medios de locomoción. Si la Warner Bros se encargó de
producir con amplio derroche de recursos La
carrera del siglo (The Great Race),
legendaria cinta de Blake Edwards en la que Tony Curtis y Jack Lemmon competían
en sus respectivos bólidos por trasladarse desde Nueva York hasta París, Aquellos chalados en sus locos cacharros,
producida por la Twentieth Century Fox, hacía lo propio en el elemento aéreo,
pero recorriendo una distancia lógicamente más corta, desde Londres hasta la capital
gala.
Como rezaba el subtítulo de la película, Cómo volé de Londres a París en 25 horas y
11 minutos, la historia da comienzo en 1910 cuando Lord Rawnsley (encarnado
por el impagable Robert Morley) decide patrocinar un insólito evento deportivo
desde las páginas de su periódico, The
Daily Post. El suculento premio que espera al ganador (10.000 libras
esterlinas) agudiza la imaginación de los entusiastas de la aviación de todo el
mundo, quienes acuden a participar en la carrera montados en monoplanos,
biplanos, triplanos, aeroplanos que circulan hacia atrás y otros
inclasificables aparatos voladores. Incluso hay un aviador (británico, claro
está) que se empeña en emprender tan arriesgado vuelo acompañado por su perro.
Tal es el punto de partida de esta divertidísima
película dirigida por Ken Annakin, y cuyos fotogramas en sistema Todd-AO ofrecen
un desfile simultáneo de estrellas del firmamento cinematográfico internacional
y singulares artilugios voladores. Abundan los clichés nacionales en la
descripción de los diferentes participantes de la competición, así como el tono
de caricatura con que son escenificadas las andanzas de los pioneros de la
aviación. El equipo norteamericano lo preside Stuart Whitman (Orvil Newton), un
campechano vaquero de Arizona por quien pronto se sentirá atraída la hija del
patrocinador de la carrera, Patricia Rawnsley (encarnada por Sarah Miles,
futura protagonista de La hija de Ryan),
jovencita inconformista que monta en motocicleta a escondidas de su progenitor y
anhela surcar el cielo en alguno de esos engendros volantes. A su vez, Patricia
está prometida a Richard Hays (James Fox), flemático teniente de los Coldstream
Guards (una especie de granaderos) que solo parece emocionarse cuando trabaja para
mejorar el rendimiento de su cacharro volante y en cuyo tiempo libre apenas tiene
cabida su aristocrática novia.
También hay un elegante conde italiano, Ponticelli, padre
de familia numerosa, interpretado en su registro habitual por Alberto Sordi, y
un casanova francés, Pierre Dubois (Jean-Pierre Cassel), que se va encontrando
con la misma mujer a lo largo de toda la competición, solo que aquella ostenta cada
vez un nombre distinto (Brigitte, Ingrid, Marlene, Françoise, Yvette y Betty,
todas ellas interpretadas en tono descocado por Irina Demick). Peor parados
quedan los competidores alemanes (encabezados por el característico Gert Fröbe,
en el papel del coronel Manfred von Holstein), que con rígida disciplina
prusiana se empeñan en aprender a volar siguiendo un manual. El toque exótico
lo aporta el aviador japonés Yamamoto, que hace su aparición en un artilugio
volante de color amarillo con figuras de fieros leones pintados en el fuselaje.
Foto: Nationaal Archief. Eric Koch/Anefo (copyright)
Por supuesto, no podía faltar en la trama un villano
empeñado en sabotear los vehículos de los demás integrantes de la carrera. De
ello se encarga, con su proverbial carisma, el estupendo Terry Thomas, que da
vida a Sir Percy Ware-Armitage secundado por su insolente mayordomo (Eric
Sykes). En papeles secundarios destacan el británico Benny Hill como jefe de
bomberos y, muy especialmente, el cómico estadounidense Red Skelton, que hace
las veces de antecesor prehistórico de los modernos aeronautas en el prólogo de
la película.
Los
títulos de crédito a base de dibujos animados de Those magnificent men in their flying machines corrieron a cargo
del genial Ronald Searle, lo que contribuyó a realzar el aspecto de cómic que
asume el film. Asimismo, el guion original de Jack Davies fue objeto de una
excelente novelización por parte de John Burke, editada en el Reino Unido por
Pan Books.
El
propio Annakin dirigiría una secuela titulada El rally de Montecarlo (Montecarlo
or Bust) en 1969, que volvería a contar con los entrañables dibujos de
Searle para la secuencia de los créditos. El protagonismo en esta ocasión
recaería sobre Tony Curtis, que se apuntaba así a su segunda “carrera del
siglo” de la década.
Escenarios de la función
Acantilados de Dover
Además de los interiores rodados en los estudios
Pinewood, situados en Iver Heath, Buckinghamshire, en la película aparecen varios
lugares del condado de Kent, como es el caso de Dover, así como la mansión
histórica de Fulmer Hall (Slough), donde se recrearon los exteriores de la
mansión de los Rawnsley.
Música
a las 5 en punto
Extracto de la pegadiza banda sonora original de Aquellos
chalados en sus locos cacharros, compuesta por Ron Goodwin.
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