El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!
Classic British cinema is one of the Isle of Albion’s
greatest legacies. From the early 1930s until the late 1960s, some of the best
films of all time were made under Great Britain’s overcast skies, as well as
many other little endearing films that, while not considered actual masterpieces
by the critics, managed to cast a magic spell over both theatre screens and TV
sets. The aim and desire of this cultural blog is to pay homage to those
wonderful motion pictures produced by London Films, British-Lion, Ealing,
Pinewood o Elstree, to name only a few of those fabled film studios, and thus
relive the emotion and excitement brought to us by such magnificent players as
Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde,
Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall or Kenneth More. All of these,
and a lot more, will be making guest appearances on our blog to the musical
accompaniment provided by the likes of Georges Auric, Richard Addinsell or
William Walton. The kettle is boiling now. Lights are being dimmed just as the
film projector takes a turn down memory lane. It’s time for a brief encounter
with good old time British cinema. Cellulloid at Five O’Clock. Of
course!
1965 fue un gran año para las películas de carreras
en los más originales medios de locomoción. Si la Warner Bros se encargó de
producir con amplio derroche de recursos La
carrera del siglo (The Great Race),
legendaria cinta de Blake Edwards en la que Tony Curtis y Jack Lemmon competían
en sus respectivos bólidos por trasladarse desde Nueva York hasta París, Aquellos chalados en sus locos cacharros,
producida por la Twentieth Century Fox, hacía lo propio en el elemento aéreo,
pero recorriendo una distancia lógicamente más corta, desde Londres hasta la capital
gala.
Como rezaba el subtítulo de la película, Cómo volé de Londres a París en 25 horas y
11 minutos, la historia da comienzo en 1910 cuando Lord Rawnsley (encarnado
por el impagable Robert Morley) decide patrocinar un insólito evento deportivo
desde las páginas de su periódico, The
Daily Post. El suculento premio que espera al ganador (10.000 libras
esterlinas) agudiza la imaginación de los entusiastas de la aviación de todo el
mundo, quienes acuden a participar en la carrera montados en monoplanos,
biplanos, triplanos, aeroplanos que circulan hacia atrás y otros
inclasificables aparatos voladores. Incluso hay un aviador (británico, claro
está) que se empeña en emprender tan arriesgado vuelo acompañado por su perro.
Tal es el punto de partida de esta divertidísima
película dirigida por Ken Annakin, y cuyos fotogramas en sistema Todd-AO ofrecen
un desfile simultáneo de estrellas del firmamento cinematográfico internacional
y singulares artilugios voladores. Abundan los clichés nacionales en la
descripción de los diferentes participantes de la competición, así como el tono
de caricatura con que son escenificadas las andanzas de los pioneros de la
aviación. El equipo norteamericano lo preside Stuart Whitman (Orvil Newton), un
campechano vaquero de Arizona por quien pronto se sentirá atraída la hija del
patrocinador de la carrera, Patricia Rawnsley (encarnada por Sarah Miles,
futura protagonista de La hija de Ryan),
jovencita inconformista que monta en motocicleta a escondidas de su progenitor y
anhela surcar el cielo en alguno de esos engendros volantes. A su vez, Patricia
está prometida a Richard Hays (James Fox), flemático teniente de los Coldstream
Guards (una especie de granaderos) que solo parece emocionarse cuando trabaja para
mejorar el rendimiento de su cacharro volante y en cuyo tiempo libre apenas tiene
cabida su aristocrática novia.
También hay un elegante conde italiano, Ponticelli, padre
de familia numerosa, interpretado en su registro habitual por Alberto Sordi, y
un casanova francés, Pierre Dubois (Jean-Pierre Cassel), que se va encontrando
con la misma mujer a lo largo de toda la competición, solo que aquella ostenta cada
vez un nombre distinto (Brigitte, Ingrid, Marlene, Françoise, Yvette y Betty,
todas ellas interpretadas en tono descocado por Irina Demick). Peor parados
quedan los competidores alemanes (encabezados por el característico Gert Fröbe,
en el papel del coronel Manfred von Holstein), que con rígida disciplina
prusiana se empeñan en aprender a volar siguiendo un manual. El toque exótico
lo aporta el aviador japonés Yamamoto, que hace su aparición en un artilugio
volante de color amarillo con figuras de fieros leones pintados en el fuselaje.
Foto: Nationaal Archief. Eric Koch/Anefo (copyright)
Por supuesto, no podía faltar en la trama un villano
empeñado en sabotear los vehículos de los demás integrantes de la carrera. De
ello se encarga, con su proverbial carisma, el estupendo Terry Thomas, que da
vida a Sir Percy Ware-Armitage secundado por su insolente mayordomo (Eric
Sykes). En papeles secundarios destacan el británico Benny Hill como jefe de
bomberos y, muy especialmente, el cómico estadounidense Red Skelton, que hace
las veces de antecesor prehistórico de los modernos aeronautas en el prólogo de
la película.
Los
títulos de crédito a base de dibujos animados de Those magnificent men in their flying machines corrieron a cargo
del genial Ronald Searle, lo que contribuyó a realzar el aspecto de cómic que
asume el film. Asimismo, el guion original de Jack Davies fue objeto de una
excelente novelización por parte de John Burke, editada en el Reino Unido por
Pan Books.
El
propio Annakin dirigiría una secuela titulada El rally de Montecarlo (Montecarlo
or Bust) en 1969, que volvería a contar con los entrañables dibujos de
Searle para la secuencia de los créditos. El protagonismo en esta ocasión
recaería sobre Tony Curtis, que se apuntaba así a su segunda “carrera del
siglo” de la década.
Escenarios de la función
Acantilados de Dover
Además de los interiores rodados en los estudios
Pinewood, situados en Iver Heath, Buckinghamshire, en la película aparecen varios
lugares del condado de Kent, como es el caso de Dover, así como la mansión
histórica de Fulmer Hall (Slough), donde se recrearon los exteriores de la
mansión de los Rawnsley.
Música
a las 5 en punto
Extracto de la pegadiza banda sonora original de Aquellos
chalados en sus locos cacharros, compuesta por Ron Goodwin.
El título castellano de esta espléndida película distribuida por Rank
Films y dirigida por Ralph Thomas –responsable de algunas de las populares
entregas de la serie del Doctor Sparrow que tan divertidamente encarnó Dirk
Bogarde y de una de las más atractivas películas policiacas inglesas de la
década de los 60, Nadie vive eternamente
(Nobody runs forever), interpretada
ex aequo por Rod Taylor y Christopher Plummer– trastoca melodramáticamente el
mensaje del título original, que hace referencia a una curiosa especie de
mariposas, la amarilla nublada. Pero más allá de los límites puramente
entomológicos que semejante denominación pudiera implicar, el título se abre a
interpretaciones más libres y poéticas, como el que sugieren las nubes de la
infancia que atenazan a la protagonista, Sophie Malraux (Jean Simmons), en un
pasado de doloroso recuerdo, o las que parecen cernirse sobre ella y su
protector, David Somers (Trevor Howard), a lo largo de su azarosa huida por el
norte de Inglaterra. La imagen de una mariposa en ciernes también cuadra bien
con el aspecto físico del personaje que encarna Jean Simmons, a la que los
periódicos apodan “butterfly girl (la chica de las mariposas)”, y quien se
asemeja a una crisálida traumatizada que logra finalmente asumir su retardada
madurez gracias al afecto que le profesa el personaje de David Somers, el
recién llegado a quien su tío ha contratado para confeccionar un inventario de
estos bellos insectos.
Howard encarna con su sobriedad habitual a un agente del Servicio
Secreto británico que, tras cometer un error, es licenciado con cajas
destempladas. Su gran profesionalidad y el sentido humanitario que esconde bajo
su coraza de espía no cuentan gran cosa para la inexorable máquina de los
servicios secretos, donde el factor humano no es más que un molesto
recordatorio de que los peones encargados de realizar el trabajo sucio son, a
fin de cuentas, personas de carne y hueso, y por tanto capaces de equivocarse.
Así las cosas, Somers acepta un puesto como catalogador de mariposas que le es
ofrecido a través de la Oficina de Empleo. Se trata de una ocupación temporal
en la apacible campiña de Hampshire y el trabajo no requiere conocimientos
específicos de entomología, por lo que el desplazado agente secreto, con un
pasado irrevelable y un futuro incierto, tiende la mano sin vacilar hacia lo
que le pueda ofrecer el presente. La estancia en la casa de campo, habitada
únicamente por la joven Sophie y sus tíos, Nicholas y Jess Fenton, se revela
como un relajante antídoto contra el vacío existencial que deja en Somers el
cese de sus servicios como agente secreto, y parece que la tarea de inventario
en la que consisten sus funciones, junto a su creciente interés por la sobrina
de su empleador, una extraña joven que se halla traumatizada por la muerte de
su padre en trágicas e inexplicadas circunstancias, le ayuda a poner algo de
orden en su desorientado horizonte vital.
Jean Simmons
Sin embargo, el apacible universo pastoril donde ha vivido durante meses
se verá violentamente enturbiado por un asesinato. La víctima es un joven
lugareño de modales hoscos que aparentemente mantenía relaciones con la tía de
Sophie, a la vez que pretendía a la sobrina. El hallazgo de un peine propiedad
de esta última junto al cadáver del asesinado, sumado al enigmático mutismo de
la muchacha, la inculparán a ojos de la policía. Somers, a quien los años de
servicio secreto no han convertido en un cínico, sino más bien en todo lo
contrario, cree a pies juntillas en la inocencia de la joven, a pesar de las
maliciosas insinuaciones de su tía, que apuntan a que la chica mató a su propio
padre en un acceso de locura. Burlando simultáneamente a sus ex colegas de
profesión y a Scotland Yard, los dos fugitivos emprenden una huida por mar
desde Londres hasta Newcastle-upon-Tyne, donde la pareja se reunirá con los dos
personajes más cálidos de la película, Karl y Mina, un matrimonio de refugiados
judíos a los que Somers ayudó en el pasado y que están deseosos de demostrarle
su gratitud. La traición de un compañero a quien creía leal, Willy Shepley,
interpretado en un registro diferente al habitual por Kenneth More, les obliga
a ponerse de nuevo en marcha, esta vez hacia Liverpool, ciudad que Somers
conoce como la palma de su mano, atravesando el parque nacional de Lake
District.
No estamos lejos del escenario geográfico de 39 escalones, en la cual Robert Donat y Madeleine Carroll se escondían
de las autoridades en los páramos escoceses, pero si en el mítico film de
Hitchcock había lugar para el humor, The
Clouded Yellow se desarrolla según parámetros más crispados en un escenario
de alta montaña donde hasta los excursionistas se transforman en delatores, y
en el que la rugosidad de los escenarios naturales parece conspirar contra el
progreso en la huida de los protagonistas. Tal vez si David Lean hubiese
dirigido este película, habría aprovechado mejor la grandiosidad del Distrito
de los Lagos, con ese espectacular paisaje que encandiló a Coleridge y
Wordsworth, los grandes poetas prerrománticos ingleses, pero a Ralph Thomas le
interesa más mostrarlo como un coto de caza en el que los perseguidos intentan
escapar del cerco policial a que son implacablemente sometidos. Sin embargo,
David Somers “conoce más formas de salir del país que una paloma mensajera”,
como le comenta Willy Shepley a su superior, y ni tan siquiera la lesión que se
causa al saltar sobre unos peñascos y su posterior captura por los policías le
impedirán zafarse de ellos y acudir a su cita con la misteriosa joven de la que
se ha enamorado, quien le espera, atemorizada y resignada a la idea de que
aquél ya no volverá a su lado, junto a la orilla de un lago en penumbra. Las
secuencias localizadas en Liverpool retratan la gris atmósfera de los ambientes
portuarios, las pensiones de mala muerte y las trastiendas donde se falsifican
pasaportes y se preparan huidas clandestinas. En este lóbrego submundo, que
anteriormente constituía el campo de acción de Somers, irrumpe repentinamente
un representante de la nueva vida que el ex agente secreto creía haber
encontrado en la campiña de Hampshire, Nicholas Fenton, el coleccionista de
mariposas y tío de la muchacha. Pero el juego de pistas falsas que Thomas nos
ha ido dejando a lo largo de la película está a punto de resolverse por medio
de una sorprendente revelación: el asesino tanto del padre de la chica como del
joven lugareño no es otro que Fenton, interpretado por el ambivalente Barry
Jones, que ha abandonado su reducto de lepidópteros para tratar de atravesar
con su alfiler de entomólogo a la pieza más indómita de su colección, su propia
sobrina, a la que creía tener atrapada bajo un velo de trauma infantil, en
connivencia con su infiel esposa. El film se cierra con una trepidante
persecución a tres bandas sobre tejados y trenes (concretamente el London
Overhead Railway, ferrocarril ya desaparecido), rodada en estilo neorrealista,
y en el que destaca la deshumanización de los ambientes urbanos industriales
del Norte de Inglaterra. Por fortuna para la tranquilidad del espectador, el
relato filmado por Ralph Thomas nos deja con la imagen del espía con conciencia
y la chica de las mariposas felizmente unidos y a salvo. Es más, hasta nos
atrevemos a imaginar que la pareja, libre ya de traumas del ayer y
perseguidores del presente, acaso elija como destino vacacional para su luna de
miel el propio Distrito de los Lagos, cuya salvaje naturaleza se erige en
símbolo del carácter indómito y rebelde de los dos enamorados.
Escenarios
de la función
El agreste paraje de Sourmilk Gill, ubicado en el parque nacional del Distrito
de los Lagos (Cumbria), es uno de los lugares que sostienen la acción de “The clouded
yellow”.
From geograph.org.uk - Author: Michael Ely (copyright)
Música a las 5 en punto
Extracto de la banda sonora original de The clouded yellow, compuesta por Benjamin Frankel.
¿Qué
puede haber más gozoso, cinematográficamente hablando, que reunir a Cary Grant,
Deborah Kerr, Robert Mitchum y Jean Simmons en una mansión histórica inglesa y
dejar que un enredo con triángulo incluido nos vaya describiendo en deliciosos
fotogramas una de las mejores comedias del cine británico? Si además dirige la
función Stanley Donen, el mago de los gloriosos musicales de la Metro, el
entretenimiento está asegurado. Esta producción de Grandon Films, distribuida
por Universal International y Rank Films, toma como base la magnífica obra de
teatro de Hugh y Margaret Williams (que, a su vez, fue novelizada por el
escritor James Dillon White) y la convierte en celuloide chispeante repleto de frescas
gotas de alta comedia. El lugar donde se desenvuelve la acción es una casa
señorial del Reino Unido (parodiada en la canción que sigue a los títulos de
crédito, The stately homes of England,
compuesta por Noel Coward) abierta al público. Los dueños de la mansión, los
condes de Rhyall, se ven obligados a aceptar visitas por el módico precio de
media corona para poder mantener el extenso patrimonio familiar. Es la
modernización de la aristocracia. Pero hay quien no se contenta con admirar las
obras de arte y la arquitectura del edificio, sino que, con toda desfachatez,
descuelga el cartel de “privado” que separa las dependencias de los
propietarios. El autor de semejante tropelía es un norteamericano, Charles Delacro (espléndido
Robert Mitchum), un millonario de incógnito que, cámara fotográfica al hombro y alentado por un súbito arrebato angloamericano, se lanza a explorar esa "hierba del vecino" que se le antoja más exuberante, como reza el título original de la película. No tardará en producirse un idilio entre Delacro (cuyo
abuelo se llamaba en realidad Delacroix, pero lo acortó al constatar que su
sonido era “similar al de un pato”) y la romántica señora de la casa, Lady
Hilary (Deborah Kerr), para disgusto del señor de la casa, Victor Rhyall (Cary
Grant, en uno de sus mejores papeles). Mientras los hijos de la pareja están ausentes, la llegada de la
primavera sorprende desprevenida a Hilary, quien después de estar en las nubes
durante una semana, acude finalmente a Londres para encontrarse con Mitchum. A Victor-Cary
Grant no le queda otra opción que mostrarse comprensivo y “moderno” (a pesar de
que, según su mayordomo, está anticuado) y esperar a que su mujer recupere la
sensatez. Para complicar más las cosas, entra en escena el cuarto personaje
estelar, la coqueta Hattie (excelente Jean Simmons en un registro más frívolo
al que nos tiene acostumbrados), una vieja amiga de la familia, adicta a los
cócteles de ginebra con angostura o pink
gin, que no tiene inconveniente en tirarle los tejos a Victor. Duelos a la
antigua usanza, pesca sui generis en
ríos trucheros, maletas viejas que cambian misteriosamente de contenido y un
mayordomo sin inspiración literaria que le pide a su señor una bajada de sueldo
son solo algunos de los ingredientes de una elegantísima comedia que no tiene
desperdicio.
Escenarios de la función
Osterley Park House, London, England. Autor de la foto: Jim (licensed under the Creative Commons)
Osterley
Park House es el nombre de la imponente mansión que hace las veces de hogar de los condes de Rhyall en la película. Esta casa histórica de ladrillo rojo se
encuentra en el actual distrito de Hounslow, en el área metropolitana de
Londres, y ha servido como escenario para algunos episodios de las series
televisivas El Santo y Los Persuasores, entre otras
producciones.
Humor
a las 5 en punto
El
personaje de Sellars (brillante creación de Moray Watson, el primero, empezando por la izquierda, de los tres actores con gafas de pasta que aparecen en la imagen), el mayordomo de los Rhyall,
un ex profesor que ha aceptado el trabajo doméstico para poder tener tiempo de
escribir una novela en sus ratos libres, protagoniza algunos de los diálogos
más desternillantes de la película, como el que se incluye a continuación:
Sellars:
¿Me llamaba, milord?
Cary
Grant: Sí, Sellars, ¿ha visto mi Biblia por alguna parte?
Sellars:
Vaya, cuánto lo siento, milord. La tengo yo. Estaba consultando algo.
Cary
Grant: Primero me toma prestado el Times y ahora me birla la Biblia. ¡Viva la
democracia!
Sellars:
Lo siento mucho, milord. Se la volveré a dejar junto a la mesilla.
Cary
Grant: No estaría de más que se comprara su propia Biblia, Sellars.