El cine británico clásico es uno de los legados más importantes de la isla de Albión a la humanidad. Entre principios de los años 30 y finales de los 60, bajo los cielos encapotados de Gran Bretaña, se rodaron algunas de las mejores películas de la historia del cine, así como otros muchos títulos entrañables que, sin ser considerados obras maestras, llenaron de encanto las pantallas o los televisores donde se proyectaron. El propósito de este blog cultural es rendir homenaje a ese maravilloso cine rodado en los estudios London Films, British-Lion, Ealing, Pinewood o Elstree, por citar solo algunos de aquellos lugares míticos, y revivir la emoción que nos transmitieron con sus interpretaciones actores y actrices tan extraordinarios como Laurence Olivier, John Mills, Alec Guinness, Peter Sellers, Dirk Bogarde, Margaret Rutherford, Stanley Holloway, Kay Kendall o Kenneth More. Todos ellos, y otros muchos, desfilarán por estas páginas conmemorativas como estrellas invitadas al son de los acordes de Georges Auric, Richard Addinsell o William Walton. La tetera ya está hirviendo. Se van apagando las luces mientras se enciende el proyector de los recuerdos. Es hora de celebrar un breve encuentro con el cine británico de siempre. Celuloide a las 5 en punto. Of course!




domingo, 15 de enero de 2017

The Grass is Greener (Página en blanco, 1960)

This way, please




¿Qué puede haber más gozoso, cinematográficamente hablando, que reunir a Cary Grant, Deborah Kerr, Robert Mitchum y Jean Simmons en una mansión histórica inglesa y dejar que un enredo con triángulo incluido nos vaya describiendo en deliciosos fotogramas una de las mejores comedias del cine británico? Si además dirige la función Stanley Donen, el mago de los gloriosos musicales de la Metro, el entretenimiento está asegurado. Esta producción de Grandon Films, distribuida por Universal International y Rank Films, toma como base la magnífica obra de teatro de Hugh y Margaret Williams (que, a su vez, fue novelizada por el escritor James Dillon White) y la convierte en celuloide chispeante repleto de frescas gotas de alta comedia. El lugar donde se desenvuelve la acción es una casa señorial del Reino Unido (parodiada en la canción que sigue a los títulos de crédito, The stately homes of England, compuesta por Noel Coward) abierta al público. Los dueños de la mansión, los condes de Rhyall, se ven obligados a aceptar visitas por el módico precio de media corona para poder mantener el extenso patrimonio familiar. Es la modernización de la aristocracia. Pero hay quien no se contenta con admirar las obras de arte y la arquitectura del edificio, sino que, con toda desfachatez, descuelga el cartel de “privado” que separa las dependencias de los propietarios. 
El autor de semejante tropelía es un norteamericano, Charles Delacro (espléndido Robert Mitchum), un millonario de incógnito que, cámara fotográfica al hombro y alentado por un súbito arrebato angloamericano, se lanza a explorar esa "hierba del vecino" que se le antoja más exuberante, como reza el título original de la película. No tardará en producirse un idilio entre Delacro (cuyo abuelo se llamaba en realidad Delacroix, pero lo acortó al constatar que su sonido era “similar al de un pato”) y la romántica señora de la casa, Lady Hilary (Deborah Kerr), para disgusto del señor de la casa, Victor Rhyall (Cary Grant, en uno de sus mejores papeles). Mientras los hijos de la pareja están ausentes, la llegada de la primavera sorprende desprevenida a Hilary, quien después de estar en las nubes durante una semana, acude finalmente a Londres para encontrarse con Mitchum. A Victor-Cary Grant no le queda otra opción que mostrarse comprensivo y “moderno” (a pesar de que, según su mayordomo, está anticuado) y esperar a que su mujer recupere la sensatez. Para complicar más las cosas, entra en escena el cuarto personaje estelar, la coqueta Hattie (excelente Jean Simmons en un registro más frívolo al que nos tiene acostumbrados), una vieja amiga de la familia, adicta a los cócteles de ginebra con angostura o pink gin, que no tiene inconveniente en tirarle los tejos a Victor. Duelos a la antigua usanza, pesca sui generis en ríos trucheros, maletas viejas que cambian misteriosamente de contenido y un mayordomo sin inspiración literaria que le pide a su señor una bajada de sueldo son solo algunos de los ingredientes de una elegantísima comedia que no tiene desperdicio.


    

Escenarios de la función


Osterley Park House, London, England. Autor de la foto: Jim  (licensed under the Creative Commons)


Osterley Park House es el nombre de la imponente mansión que hace las veces de hogar de los condes de Rhyall en la película. Esta casa histórica de ladrillo rojo se encuentra en el actual distrito de Hounslow, en el área metropolitana de Londres, y ha servido como escenario para algunos episodios de las series televisivas El Santo y Los Persuasores, entre otras producciones.

Humor a las 5 en punto

El personaje de Sellars (brillante creación de Moray Watson, el primero, empezando por la izquierda, de los tres actores con gafas de pasta que aparecen en la imagen), el mayordomo de los Rhyall, un ex profesor que ha aceptado el trabajo doméstico para poder tener tiempo de escribir una novela en sus ratos libres, protagoniza algunos de los diálogos más desternillantes de la película, como el que se incluye a continuación:


Sellars: ¿Me llamaba, milord?

Cary Grant: Sí, Sellars, ¿ha visto mi Biblia por alguna parte?

Sellars: Vaya, cuánto lo siento, milord. La tengo yo. Estaba consultando algo.

Cary Grant: Primero me toma prestado el Times y ahora me birla la Biblia. ¡Viva la democracia!

Sellars: Lo siento mucho, milord. Se la volveré a dejar junto a la mesilla.

Cary Grant: No estaría de más que se comprara su propia Biblia, Sellars.

Sellars: La que usa usted es la mía, milord.



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